Para las personas sin ningún interés espiritual, la vida consiste sólo en comer, dormir, aparearse y defenderse. La sociedad de consumo se ha dado a la tarea de agotar todos sus esfuerzos para cumplir y sofisticar estas cuatro actividades, por cierto elementales y que incluso fueron perfeccionadas por los animales hace rato.
En la actualidad, los consumidores se sienten realizados al creer que tienen el sartén por el mango: piensan que el mercado les da lo que esperan, pero no advierten que simultáneamente el mercado les dice qué esperar. Ya no es posible distinguir fácilmente entre lo necesario y lo inútil, y casi nada invita a que seamos conscientes de los sufrimientos causados a otras entidades vivientes para producir los diversos artículos que se comercializan.
Si bien todos somos consumidores, la dinámica del materialismo y el progreso infunde que sólo nacimos para consumir, producir y volver a consumir. Esto sin duda es problemático y empobrece el espíritu.
El hombre moderno que tiene el “privilegio” de hacer parte de la sociedad de consumo, sin importar cuán rico sea, sólo tiene tiempo para trabajar y calmar su ansiedad de consumidor, y para asegurar los bienes que le garantizarán el futuro consumo. En países desarrollados, por ejemplo, los jóvenes ricos entre más dinero tienen, más locos se vuelven, menos estables son en sus relaciones de pareja, son más propensos al suicidio y acuden desenfrenadamente a los narcóticos. Es una especie de descontrol de los deseos y de la capacidad de adquisición. Así mismo, en esas potencias económicas, las personas cada vez piensan menos en tener hijos, pues el egoísmo está tan arraigado, que traer un hijo significa para ellas compartir sus bienes, restringir los sentidos y limitar el tiempo que destinan al consumo. La sociedad moderna ha visto el incremento de la actividad económica gracias a la adicción al yo y al mío.
El problema del consumo inconsciente radica básicamente en dos cosas: el impacto que produce en el planeta la producción de las cosas que se consumen y el olvido del cultivo de nuestras potencias internas, es decir: la vida del espíritu, que es lo que podría hacernos más humanos.
Cuando se percibe la problemática del consumo inconsciente, se deben tomar medidas. Así es como surge el consumidor consciente. Consideremos algunas características de esta postura ética, saludable y ecológica.
El consumidor consciente toma distancia, en primer lugar, de todo lo que tenga que ver con la matanza de los animales: la comida que no es vegetariana, la moda (algunos trajes están hechos con pieles), la vanidad (los laboratorios experimentan con miles de animales para fabricar cosméticos y productos de aseo), la diversión (conocemos de sobra espectáculos donde se ridiculiza y torturan criaturas), las costumbres y tradiciones (como la caza), entre otros. Estas cosas necesariamente desaparecerían en el momento en que los consumidores desistieran de todo ello.
El consumidor consciente no usa los artículos que han sido producidos bajo la agonía o explotación de otros seres. Tampoco apoya las industrias-prisiones de Rusia y la China, lugares donde se encuentra la mano de obra más barata del planeta. Claro, determinar qué ha sido producido con la explotación de otras personas, y qué no, puede resultar muy difícil para el consumidor. Pero vale la pena esforzarse.
El consumidor consciente adquiere cosas que están en la modalidad de la bondad. Por ejemplo: la comida producida orgánicamente, evitando así todos los productos transgénicos o manipulados genéticamente por grandes empresas o monopolios. Cabe señalar que estas corporaciones manipulan en sus laboratorios las semillas de la naturaleza, para luego patentarlas y adueñarse de lo que antes era de todos, con el pretexto de que ése es un producto nuevo creado por ellos mismos. Además del monopolio, se sabe que estos productos son nocivos para la salud de la humanidad.
El consumidor consciente tiene que velar por su comunidad y apoyar el mercado local. Cada vez que es habilitado un supermercado, casi que está garantizada la quiebra del pequeño comerciante, pues competir con los precios bajos y las ofertas del primero resulta muy difícil. Una vez eliminada la competencia, los monopolizadores se aprovechan de las necesidades básicas de las personas e incrementan nuevamente el valor de las cosas. A propósito de esto, pensemos en el agua que algunas empresas venden embotellada, un negocio favorecido luego de que conscientemente se ha contaminado el agua pública con cloro, de manera tal que ya nadie quiere ni puede beberla. Las grandes compañías se apoderan de todo. Ellas sí tienen el sartén por el mango, y tienen a todos dentro del sartén. El consumidor consciente debe evitar ser víctima de semejantes sistemas antinaturales.
Por el contrario, el consumidor inconsciente sólo se fija en el status quo y el prestigio, su pensamiento está tan condicionado por la prensa y la televisión, que opina que el consumidor consciente es un loco fanático que se complica la vida. Lo que no ve es que con tal actitud se convierte en defensor de su propio opresor. Una postura como ésta es poco o nada crítica respecto a lo que le llega y le venden los medios. Además, por lo general, desconoce todo lo maravilloso y natural que hay en el mundo y que no es publicitado.
Con relación a los comestibles, un consumidor consciente se esfuerza por comprar los elementos más naturales, y trata de preparar su propia comida en casa, también agradece a Dios por lo que tiene en su mesa y quiere disfrutarlo en compañía de la familia.
Un consumidor así reconoce que todo lo que consume para su bienestar es gracias a la misericordia de Dios, el Mantenedor Supremo. Debido a esta misericordia, no deberíamos ofender al Señor con nuestra forma de proceder. Dios nos ha dado la inteligencia para decidir correctamente.
La inteligencia es la joya de la que disponemos para ver la conexión entre la causa y el efecto en lo que toca al consumo. En esa medida, un consumidor consciente es alguien que trabaja permanentemente en el desarrollo de su conciencia. Esto le permite tener un criterio propio y cuestionar las intenciones de los que quieren pensar y decidir por todos.
Fuente: Colección Sabiduría Védica
Autor: Swami B.A. Paramadvaiti